Cada vez hay mayor conocimiento de lo que son las alergias alimentarias y, gracias a ello, se toman precauciones y se desarrollan planes de tratamiento para cada persona. Sin embargo, apenas estamos familiarizados con la enterocolitis inducida por proteínas alimentarias.
Existen varios trastornos gastrointestinales provocados por una reacción inmunológica anormal a las proteínas, que pueden ser mediados por inmunoglobulina E (IgE), como en las alergias alimentarias clásicas, o no. Se trata de un anticuerpo que el sistema inmunológico crea en respuesta a una reacción alérgica y que, a menudo, está implicado en las alergias alimentarias, siendo el que suele causar los síntomas típicos de la alergia alimentaria, tales como urticaria, hinchazón o sibilancias.
En el caso de la enterocolitis, los anticuerpos IgE específicos de los alimentos normalmente no están implicados. El término enterocolitis se refiere específicamente a la inflamación del intestino delgado y grueso, y es una “alergia alimentaria” poco conocida que se presenta sobre todo en la lactancia o la primera infancia, aunque en los últimos años también han aumentado los casos en adultos.
Aunque no hay datos precisos sobre su prevalencia, “algunos estudios sitúan su incidencia en torno al 0,7 por cada 1.000 niños”, afirma la Dra. Mar Fernández Nieto, del Servicio de Alergología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz.
Una encuesta realizada en EEUU en 2019 determinaba que la enterocolitis puede afectar al 0,2 % de la población adulta del país, aunque se desconocen los datos exactos en nuestro país. Suele aparecer normalmente en la edad pediátrica, desde el momento neonatal, hasta los cuatro años, si bien cada vez se diagnostica más casos en adultos.
Por tanto, estamos frente a una enfermedad infradiagnosticada, tanto en niños como en adultos, y en el caso de que afecte a lactantes y niños, los alimentos más implicados son los que se han introducido antes en su dieta, como leche, huevo y pescado, aunque no son los únicos ya que cualquier alimento, sin excepción, puede ser responsable.
En la mayoría de los casos, los síntomas, que aparecen sobre todo entre una y cuatro horas después de haber ingerido el alérgeno alimentario, suelen ser digestivos: náuseas, vómitos o diarrea durante las primeras tomas de la introducción de un nuevo alimento.
De acuerdo con Fernández Nieto, “los síntomas son peores con cada contacto y los niños suelen presentar irritabilidad, llanto, probablemente por el dolor abdominal, vómitos, diarrea y decaimiento generalizado”; mkientras que en los adultos, los síntomas se concentran más en dolor abdominal de tipo cólico, acompañado de vómitos, diarrea y malestar general, pero en cambio, no produce erupciones en la piel ni problemas respiratorios, lo que hace que los síntomas se confundan, en ocasiones, con otras afecciones, como las bacterianas o virales, y que en muchos casos sean diagnosticados de forma errónea de gastroenteritis aguda o intoxicación alimentaria.
Así las cosas, una de las particularidades de esta patología alimentaria relacionada con los trastornos inmunológicos es su diagnóstico atípico y complejo puesto que no se basa en las tradicionales pruebas de alergia al no tratarse de una verdadera alergia al alimento. Es decir, no existe una inmunoglobulina E específica contra el alérgeno en cuestión. Por tanto, las pruebas que se realizan –pruebas en piel, prick-tests y/o sangre- para medir los niveles de IgE no ayudan, porque salen negativas.
El hecho de que la reacción no esté causada por anticuerpos IgE hace que el diagnóstico llegue sobre todo de la exclusión de otros diagnósticos, tanto de alergia como de alteraciones digestivas, enfermedad celíaca o infecciosas, entre otras; al tiempo que dificulta el diagnóstico el hecho de que haya un periodo de latencia entre la ingesta y la aparición de los síntomas, que es más largo que en una alergia mediada por IgE.
La suma de todas estas condiciones dificulta y retrasa el diagnóstico, lo que ayuda a en la actualidad no exista un tratamiento específico para tratar la enterocolitis, y que la única manera de evitarla sea evitar el consumo y la ingesta del alimento desencadenante.
Una característica de esta alergia alimentaria es que en la población pediátrica los síntomas suelen desaparecer en torno a los cinco años de edad, algo que en los adultos suele ser más permanente y tiende a la cronificación. En este sentido, como advierte la experta, es posible que “en la consulta del alergólogo se realicen las pruebas cutáneas y en sangre porque algunos casos pueden evolucionar a una verdadera alergia alimentaria con el hallazgo de la IgE específica positiva” y, en función de los resultados, es posible que los alergólogos valoren “la prueba de provocación con el alimento en el hospital con consentimiento informado”.