El polvo sahariano que llega en oleadas de las que puntualmente alertan las autoridades, no solo mancha vehículos aparcados o ropa tendida al aire libre, sino que trae efectos perniciosos como que se respira y se impregna la piel, lo que aumenta la incidencia de enfermedades alérgicas tanto en número de pacientes como en carga de atención médica.
Se trata de partículas de un tamaño mínimo, conformadas por un conglomerado de sustancias dispares, que son totalmente respirables incluso usando mascarilla para salir a la calle durante las alertas por intrusión de polvo africano en suspensión en la atmósfera.
Solo las mascarillas de tipo FPP3, las que se usan en la UCI, protegen de la inhalación, y aún así, estas microparticulas pueden entrar en el cuerpo por la piel o los ojos.
Este efecto sobre las personas es una de las conclusiones a las que llega un nuevo estudio que evalúa el impacto de los factores ambientales y contaminantes relacionados con el cambio climático en las enfermedades alérgicas y que han desarrollado durante los últimos tres años un grupo de especialistas de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, entre los que destaca la catedrática Alicia Armentia, jefa del Servicio de Alergología del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid.
La investigación ha corrido a cargo de integrantes del grupo de trabajo que en esa sociedad estatal estudia las alergias en relación con el medio ambiente, la contaminación y el cambio climático. Este grupo, coordinado por el alergólogo Javier Montoro, identificó una primera tanda de 600 artículos de alta calidad investigadora que abordaban la presencia de alérgenos, la repercusión sobre la población, los diagnósticos y los desenlaces clínicos publicados en los últimos nueve años, de los que seleccionaron finalmente 35 en atención al nivel científico, los datos, las estadísticas y la evidencias contrastadas en esos trabajos.
Con este material y a lo largo de tres años, el equipo de investigadores ha efectuado una labor de estudio y cribado de datos, con el análisis de hasta 327 variables muy dispares debidas a factores ambientales y con impacto en las condiciones de personas con alergias; y todo, con un antecedente de partida: que hasta el 40 % de la población lidia en alguna medida con las enfermedades alérgicas, una elevada incidencia que se está viendo recrecida en los últimos años, lo que incide, con un efecto dominó, en el gasto sanitario y el acceso a las consultas.
«Factores ambientales, incluidas sequías, inundaciones, olas de calor, mutaciones de temperatura, humedad, inicio temprano de la floración, incendios forestales y contaminantes afectan significativamente a la salud de los pacientes en relación con enfermedades alérgicas y dermatitis atópica», ha explicado Armentia sobre el resultado de este trabajo conjunto que próximamente será publicado en la revista Journal of Investigation in Allergology and Clinical Immunology (JIACI), una publicación científica de notable impacto.
La afectación se produce sobre todo con tres contaminantes: el dióxido de nitrógeno, procedente principalmente de la combustión de hidrocarburos e impulsor del efecto invernadero; el ozono troposférico y las partículas menores de 2,5 milimicras (pm 2,5) suspendidas en las intrusiones de polvo sahariano. Estos tres componentes influyen o son potenciados por el efecto del aumento de temperatura a nivel global.
La conclusión ofrece una nueva perspectiva que, desde el punto de vista de la salud, no es otra que esas jornadas de calima con polvo en suspensión que ofrecen fotografías de una atmósfera nebulosa entre grisácea y anaranjada, contienen partículas de tamaño muy pequeño que llegan con las corrientes de polvo del Sáhara, "son como autopistas aéreas impulsadas por el cambio climático que transportan una gran cantidad de material nocivo".