La habitual creencia de que los alérgenos de los frutos secos se propagan a través de los sistemas de ventilación de los aviones no tiene fundamento científico, según un estudio que alerta de que el verdadero riesgo para los alérgicos está en la falta de limpieza de estas aeronaves.
La conclusión, recogida en un estudio publicado en la revista especializada Archives of Disease in Childhood, se basa en un análisis de todas las pruebas realizadas por la Autoridad de Aviación Civil del Reino Unido entre 1980 y 2023.
Además de el caso de los frutos secos, los investigadores se han fijado en algunas evidencias de que los vapores de pescado/marisco o la exposición a la harina de trigo en el aire que se respira en los aviones, ofreciendo como resultado que no se ha detectado afectación para quienes padecen alergias alimentarias.
En el caso de los frutos secos, el estudio subraya que "los alérgenos de los cacahuetes pueden detectarse en niveles muy bajos en el aire al pelarlos, pero el polvo se asienta rápidamente y solo puede detectarse muy cerca de los frutos secos, lo que implica que apenas circula polvo en el aire".
Por otra parte, los sistemas de ventilación de las cabinas de los aviones están diseñados para hacer circular el aire a través de la aeronave, y no a lo largo de la cabina, "lo que minimiza la posibilidad de que los contaminantes generados por los pasajeros se propaguen por la cabina".
Al mismo tiempo, el aire se intercambia completamente cada 3-4 minutos durante un vuelo, frente a los 10 minutos de los hospitales, algo que en los grandes aviones comerciales modernos se convierte en que aproximadamente la mitad del aire que entra es recirculado y ha pasado por filtros de partículas que eliminan eficazmente el polvo, los vapores y los microbios, y además, capturan posibles partículas de alimentos en un aerosol. Mientras tanto, la otra mitad procede del exterior.
Así las cosas, el verdadero riesgo, según los autores, está en “la falta de limpieza de los aviones”, especialmente de aquellos que realizan rutas cortas, ya que los restos de alérgenos quedan sin limpiar en superficies como bandejas, pantallas de vídeo o los asientos.
De esta manera, según los autores, "los residuos superficiales suponen el principal riesgo, probablemente acentuado por los rápidos cambios de ruta de muchas aerolíneas", al tiempo que las proteínas de los alimentos suelen ser "pegajosas" y quedar adheridas a las superficies de los asientos, los sistemas de entretenimiento de los respaldos y las bandejas, que sí pueden provocar una reacción a quien padece una alergia alimentaria si no se lava las manos antes de tocarse la boca o la cara.
Lógicamente, la mejor forma de evitar este riesgo es garantizando una limpieza adecuada del avión, pero en lo que al viajero respecta, los investigadores recomiendan, especialmente a quienes tienen alergias alimentarias, que antes de sentarse en el asiento limpien las superficies que han tocado otras personas en vuelos previos con toallitas desinfectantes.
Además, aconsejan a las compañías que los pasajeros alérgicos embarquen antes en los aviones, algo que ya exige el departamento de Transporte a las aerolíneas en Estados Unidos.
Los autores de este trabajo también sugieren a los pasajeros con riesgo de anafilaxia alimentaria que lleven autoinyectores de adrenalina en su equipaje de mano, puesto que no siempre se incluyen en los botiquines médicos de a bordo, ni la tripulación de cabina está autorizada a utilizarlos.
En este sentido, han indicado que "las aerolíneas deberían tener políticas más claras en relación con las alergias alimentarias, fácilmente disponibles en sus páginas web, y divulgarlas bien entre su personal de cabina y de tierra para que puedan aclarar dudas a los pasajeros alérgicos".