Entre el 30 y el 35 % de la población padece algún tipo de alergia en algún momento de sus vidas, según la Organización Mundial de la Salud, un porcentaje en aumento a escala mundial y que en la última década se ha duplicado. Las más comunes son el asma y la rinitis, aunque los últimos estudios realizados alertan del incremento de las alimentarias, sobre todo en niños. De hecho, entre siete y ocho de cada 100 chavales en España son alérgicos a algún alimento, como el huevo, los frutos secos o la leche.
Durante años, los expertos han barajado diversas hipótesis para explicar por qué cada vez más el sistema inmune se rebela y combate con virulencia sustancias inocuas, como el gluten, una proteína que se encuentra en el trigo y otros cereales, provocando las alergias.
El tipo de dieta y el estilo de vida se consideraban posibles factores, pero estudios recientes han descubierto que la microbiota intestinal puede tener un papel clave. “¿Cómo podían ni tan siquiera imaginarse nuestras abuelas que iba a haber una generación de casi el 10% de los niños alérgicos al pan? Las estadísticas son alarmantes, algo pasa desde el punto de vista de la respuesta inmune. Sabemos que no sólo interviene un factor genético, sino que el entorno tiene un peso muy importante. Y todo apunta a que la microbiota es un elemento esencial”, ha señalado María Gloria Domínguez, investigadora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York y una de las ponentes de la 4ª Cumbre Internacional de Microbiota Intestinal para la Salud, que se celebra este fin de semana en Barcelona.
Domínguez estudia la relación entre este ecosistema formado por billones de bacterias beneficiosas que habitan en nuestro aparato digestivo, la maduración del sistema inmune y la aparición de enfermedades como las alergias alimentarias, pero también el asma, la obesidad y síndromes intestinales inflamatorios como el Crohn o el colon irritable. Y señala que la forma en que nacemos influye en nuestra futura salud.
Durante el parto el bebé debe atravesar la vagina de la madre y en ese pasaje se va impregnando de una gran cantidad y variedad de microorganismos beneficiosos que comenzarán a colonizar su piel, mucosas y aparato digestivo. Esos microbios tienen un rol fundamental puesto que se encargan de comenzar la puesta a punto del sistema inmunitario del niño, que al nacer es, de alguna manera, ingenuo y no sabe distinguir entre sustancias inocuas y patógenas.
“Las bacterias en su membrana contienen distintas moléculas que son como una carta de presentación para el sistema inmunitario del niño y esa primera toma de contacto es una especie de entrenamiento para las defensas del bebé”, ha indicado Esther Jiménez, investigadora del grupo de microbiota perinatal de la Universidad Complutense de Madrid.
En el caso de los pequeños que nacen por cesárea, esa colonización beneficiosa se ve alterada. “Hemos visto en diversos estudios que estos pequeños no adquieren la microbiota de sus madres y, en cambio, sí los colonizan otro tipo de bacterias, que suelen estar en la piel humana y en el quirófano”, explica Domínguez.
De alguna manera, el sistema inmunitario de estos niños empieza con mal pie y diversos estudios señalan que esa puesta a punto “defectuosa” de sus defensas les confieren un mayor riesgo de desarrollar enfermedades autoinmunes, como alergias y asma. “Epidemiológicamente, se sabe que el porcentaje de personas alérgicas que han nacido por cesárea es mayor que el de la población no alérgica. La cesárea representa un riesgo aumentado para desarrollar la enfermedad”, ha señalado Domínguez, de la Universidad de Nueva York, que puntualiza que por el momento se desconoce si esa relación entre el tipo de parto y posibles patologías es causal o se debe a la suma de diversos factores, puesto que las cesáreas suelen estar asociadas a una mayor probabilidad de no dar el pecho al bebé; y también al uso de antibióticos perinatales, que arrasan con la microbiota de la madre y del bebé.
“No se trata de lanzar un mensaje en contra de las cesáreas y de los antibióticos, porque son dos herramientas esenciales que salvan vidas, pero hay que usarlas únicamente cuando son necesarias, porque producen daños colaterales. Ahora sabemos que tienen un impacto fuerte sobre la microbiota y que eso puede tener consecuencias sobre la salud del individuo de por vida”, señala esta investigadora.
Domínguez investiga cómo restaurar la microbiota intestinal en bebés que nacen por cesárea exponiéndolos al fluido vaginal de sus madres. Para ello, coloca una especie de trapo en la vagina de la madre cuando se pone de parto y una vez nace el niño mediante esta intervención quirúrgica, le unta la cara con los fluidos vaginales de la madre. "Analizamos el microbioma de los bebés nacidos por parto vagina y aquellos que habían venido al mundo por cesárea pero a los que habíamos aplicado los fluidos vaginales de la madre y no pudimos detectar diferencias", explica esta investigadora.
Esto abre una vía a poder restaurar la microbiota de estos recién nacidos. “El hecho de nacer por cesárea no implica que luego ese niño no vaya a poder desarrollar una microbiota normal. Si es amamantado, la madre le pasará una colonia de bacterias a través de la leche materna que colonizarán su intestino y se podrá recuperar el impacto de la cesárea”, señala Esther Jiménez.