La alergia a los medicamentos ocupa el 15 % de las consultas a los servicios de Alergología en España; y aunque una reacción adversa no es lo mismo que una reacción alérgica, tras la toma de un fármaco, podemos exponernos a distintos efectos secundarios, como casos diarreas vinculadas a la ingesta de antibiótico, lo que no supone necesariamente que esa reacción deba catalogarse como alérgica hasta el pertinente estudio con el alergólogo.
Así las cosas, la doctora Leticia Herrero, jefa del Servicio de Alergología del Hospital Quirónsalud Málaga, ha advertido de que "entre un 10-15 % de la población están etiquetados de alergia a las penicilinas cuando un 95 % lo toleran después del estudio de alergología".
Según la especialista, esta casuística lleva consigo la derivada de que "dicho paciente puede llevar toda su vida con esa etiqueta y, en lugar de hacer uso de la penicilina siendo esta el tratamiento de elección, a lo largo de las infecciones que haya tenido esta persona, habrá recurrido a otras alternativas; tratamientos que quizá han alargado un ingreso hospitalario o que no han cubierto totalmente esa patología, fármacos menos eficaces, más tóxicos y costosos que los tratamientos de primera línea".
De esta manera, según la doctora Herrero, "es importante que ese paciente que tiene una reacción adversa, que puede haber sido autodiagnosticada o tras ser tratado en ese momento agudo por un profesional, sea derivado a posteriori al especialista para hacerle el pertinente estudio y sean los alergólogos los que determinen si se trata o no de un caso de alergia farmacológica, incluso poder darle con este estudio una alternativa dentro de la misma familia, o incluso determinar el grado de tolerancia, porque se puede dar el caso de que ese paciente esté evitando esa medicación sin tener que hacerlo porque no se le ha estudiado".
De esta forma, el paciente que finalmente pueda estar diagnosticado como alérgico a una penicilina por el Servicio de Alergología, en el caso de precisar ese mismo fármaco, se podría administrar de forma controlada por los especialistas en Alergología, en un proceso denominado desensibilización.
El diagnóstico se basa primordialmente en la historia clínica detallada de la reacción y los medicamentos implicados; y para confirmar las sospechas de la historia, de acuerdo a la evaluación del especialista, se procede a realizar analítica de sangre, que permite en caso de ser positivo comprobar la alergia a un determinado medicamento que nos ha provocado una reacción sospechosa o sugestiva.
En general, los exámenes de laboratorio aportan pocos datos de confirmación, por lo que habitualmente hay que pasar a los estudios con pruebas cutáneas o provocación controlada con medicamentos, y siempre por equipos cualificados.
Las pruebas cutáneas consisten en la introducción en la piel de pequeñas cantidades de medicamento bien por vía intraepidérmica o intradérmica. Estas pruebas se deben hacer a unas concentraciones que hayan demostrado que no son irritativas, para no inducir falsos positivos, ya que existe el riesgo de reproducir la reacción que presentó el paciente con la toma del fármaco, por lo que son precisas una estricta valoración por el alergólogo y su realización por personal experimentado.
En el caso de que las pruebas cutáneas resulten negativas, y de acuerdo a la gravedad de la reacción previa y de la importancia del medicamento para el paciente, se pueden realizar pruebas de exposición, que consisten en la administración por vía oral de cantidades progresivamente crecientes a intervalos regulares, hasta alcanzar lo que se denomina dosis terapéutica.