Un tipo concreto de células del sistema inmune son las culpables de que las alergias duren años y, en muchas ocasiones, se alarguen toda una vida. Se trata de la conclusión a la que han llegado dos estudios independientes publicados simultáneamente en la revista Science Translational Medicine, tras analizar con detalle las células inmunitarias de niños y adultos alérgicos al cacahuete, el polen y los ácaros.
Este avance abre la puerta a desarrollar nuevas terapias frente a las alergias, de manera que la presencia de estas células en la sangre de una persona “se puede considerar un factor de riesgo para desarrollar enfermedades alérgicas, y sus números pueden ser analizados como un parámetro de la progresión o la resolución de la enfermedad”, según ha explicado Maria Curotto de Lafaille, investigadora de la Mount Sinai School of Medicine, en Estados Unidos, coordinadora de una de estos trabajos.
La posibilidad de un nuevo tratamiento es clave para un grupo de enfermedades al alza en el contexto global, especialmente en Occidente. Más del 10 % de la población mundial sufre hoy en día una alergia, y está previsto que la cifra alcance el 50 % en 2050, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Por su parte, Manel Jordana, inmunólogo de la Universidad de McMaster, en Hamilton (Canadá), que ha participado en uno de los estudios, considera que “los artículos no son idénticos, sino complementarios”, al tiempo que explica que su hallazgo “da una mayor fuerza al descubrimiento, porque demuestra que dos grupos independientes hicieron la misma observación central. Esto, en ciencia, es una validación muy importante”.
La mayor parte de las alergias se alargan en el tiempo, y pueden durar toda la vida, algo que no cuadra con la supervivencia relativamente breve tanto de los anticuerpos IgE —el tipo concreto de defensa que se activa en las alergias— como de las células plasmáticas.
Ambas investigaciones han resuelto esta paradoja hallando un tipo concreto de células especializadas en detectar alérgenos, llamadas células B de memoria polarizadas tipo 2. Según los expertos, “se trata de células que‘mantienen la memoria de las respuestas inmunes de IgE”, de manera que cuando una persona que lleva tiempo sin sufrir una reacción alérgica vuelve a exponerse a un alérgeno, reconocen la sustancia, se transforman en células plasmáticas y producen anticuerpos IgE que, de nuevo, desencadenan una reacción alérgica.
El equipo de Mount Sinai analizó a 58 niños con alergia a los cacahuetes y a 13 niños sanos. Los primeros mostraban mayores cantidades de estas células de memoria en su sangre en comparación con los segundos. La diferencia en cantidad también era apreciable comparando a los individuos más alérgicos con los menos, y los primeros tenían también mayor concentración.
Además, observaron que la superficie de las células de los individuos más alérgicos estaba repleta de unas proteínas capaces de reconocer, con gran precisión, un compuesto concreto del cacahuete, lo que las hace capaces de responder a la supuesta amenaza.
En este sentido, Curotto defiende que, probablemente, la presencia de estos receptores tan precisos sea un rasgo común de estas células también con otros alérgenos como el polen o los ácaros. De hecho, la segunda de las investigaciones, en la que ha participado Jordana, analizó a seis adultos alérgicos al polen de abedul, a otros cuatro alérgicos a los ácaros y a cinco personas sanas. Estudiaron más de 90.000 células de estos 15 individuos y, de nuevo, hallaron células de memoria de características similares a las de Curotto, capaces de producir anticuerpos IgE contra los alérgenos.
Para validar la relación entre estas células y las reacciones alérgicas, los científicos estudiaron en este caso los anticuerpos generados por los pacientes tras el primer mes de tratamiento con inmunoterapia, la única opción terapéutica frente a las alergias que existe hoy en día, que consiste en exponer al paciente al alérgeno en pequeñísimas dosis, para que así el organismo lo deje de reconocer como peligroso al cabo de los años.
El equipo de Jordana analizó el parentesco de los anticuerpos para identificar así su origen, y observó que los IgE estaban íntimamente relacionados con las células de memoria que habían identificado, lo que revela que habían sido producidos por ellas.
Los resultados similares alcanzados siguiendo metodologías de estudio diferentes, dan solidez a un hallazgo que promete revolucionar el tratamiento de las alergias, pero dejan todavía muchas preguntas por responder, ya que ningún equipo ha podido describir cómo se activan estas células de memoria para comenzar a producir anticuerpos, ni por qué algunas alergias se alargan más que otras en el tiempo.