El retraso del calor, que por estas fechas debiera haber hecho ya acto de presencia tiene como principales beneficiarios los alérgicos al polen de gramíneas. La persistencia de las lluvias tras un invierno que ha servido para sofocar la sequía, ha echado por tierra los augurios iniciales de una primavera «dura» para las personas con este tipo de alergia.
E anuncio estaba condicionado a una normalidad que en los últimos años no hemos disfrutado. "Lo lógico es que en mayo se alternen precipitaciones esporádicas con un aumento de las temperaturas que, tras un inicio de año húmedo, favorezca la polinización y, en consecuencia, ponga en aprietos a los sensibles a este tipo de polen" ha alertado la responsable del servicio de Alergología del Hospital Universitario de Burgos (HUBU), Sonsoles Juste, que ha explicado que el tiempo otoñal que ha prevalecido en las últimas semanas invalida las previsiones iniciales y casi anula la presencia de polen de gramíneas en el ambiente.
Según los portales web que miden el polen, los niveles ambientales de polen de gramíneas aún no han rebasado en Burgos la frontera -fijada en 50 granos por metro cúbico- que determina una alerta elevada... es más, ni se han aproximado siquiera, con un máximo de 29, alcanzado el pasado 27 de mayo. Se trata de un pico aislado, siendo la media de la segunda quincena de mayo, cuando por tradición comienza la ‘temporada’ de apenas 15 granos por metro cúbico, próximo a un nivel de alerta bajo o nulo que no provoca síntoma alguno.
"Hay pacientes que comienzan por las gramíneas y acaban sensibilizados a la cupresácea con el tiempo", ha explicado la alergóloga, que ha destacado que también la lluvia y las nieves se encargaban de paliar su repercusión este año y la incidencia era mínima, con apenas tres picos de alerta elevada.
Hay que remontarse a 2015 para encontrar valores realmente elevados, superiores incluso a los 250. Juste reconoce que "cada vez es más complicado" predecir la intensidad de estos procesos por culpa del cambio climático.
